Lo que se propone en este análisis, es tomar al
filósofo como figura marginal: ubicado en la periferia de la sociedad, pero por
ello mismo, siempre sujeto a vigilancia. Para llevar esta distinción a cabo, se
realizarán tres reflexiones en torno a figuras icónicas dentro de la cultura
popular y el imaginario social, a la vez que se rastrearán brevemente sus orígenes
en el pensamiento filosófico, para desde allí, arrojar luz sobre el papel que
interpreta el filósofo para el resto de la gente.
En la clásica cinta de horror de Universal, Bride of Frankenstein, aparece un doctor
en Filosofía llamado Septimus Pretorius, quien ha decidido abandonar las aulas y
adentrarse en el campo de la experimentación científica, para lo cual solicita
la ayuda del Dr Frankenstein, el creador del monstruo surgido de entre una
amalgama de partes de cadáveres. La caracterización de Pretorius consiste en
ser un hombre de avanzada edad, bastante culto, de aspecto sombrío, decidido a
obtener lo que desea y capaz de hacer lo que sea necesario para lograrlo, es
decir, sin medir las consecuencias o los daños hacia terceros. Lo interesante
de este personaje, es que aún siendo secundario dentro de la trama, su papel
dentro de ella logra ser decisivo, pues es un catalizador para el caos que se
da en el pueblo.
Esta caracterización del filósofo responde a la
exacerbación exigida en una película de horror, donde éste resultaría ser el
verdadero monstruo: caprichoso, maquiavélico, y con los medios intelectuales
para llevar a cabo sus maquinaciones. Aquí me permitiría la mención de la
filósofa que aparece en otro relato de horror, ahora literario, y de quién,
curiosamente, se resaltan rasgos parecidos aún teniendo en cuenta la distancia
histórica entre el filme y el libro mencionados[1].
En Descansa en paz, vemos tomar
postura a una catedrática en Filosofía, quien ante la repentina vuelta a la
vida de los muertos y la interrogación sobre el futuro de estos seres, propone
la experimentación científica con ellos, en busca de un beneficio superior, que
sería la recabación de información científica que pudiera servir en un futuro
para los seres humanos.
El remoto origen de las caracterizaciones que
acabamos de señalar, parecerían referir a la idea de filósofo en la primera
modernidad. Es bien sabido que este periodo histórico se encuentra marcado por
el entusiasmo científico, el cual no habría nacido sin un cambio de actitud
ante el mundo que le emparenta con la magia.
Según Luis Villoro, “ni la astrología ni la magia
son conocimientos desinteresados. Su objetivo es saber para actuar. Giordano
Bruno definía al mago como « el sabio que tiene
la capacidad de actuar» (« Magus
significat hominem sapitem cum virtute agendi»). En la magia se expresa,
como luego en la ciencia, la potencia del hombre por crear un mundo suyo
después de dominar el curso de la naturaleza”.[2]
La búsqueda del sabio moderno se
orienta hacia un saber útil, con el cual logre intervenir en la naturaleza para
dominarla y llevar a cabo los fines propuestos, pues “la magia natural primero,
la ciencia matemática después, ponen en obra una forma de racionalidad; la que
está al servicio de una voluntad de transformación y dominio.”[3]
Varios siglos más tarde, Goya declararía que«el
sueño de la razón produce monstruos », lo cual parece señalar un temor profundamente implantado en el imaginario colectivo, el cual
respondería a la manipulación irresponsable de la naturaleza y cualquier ser vivo
por parte del hombre.
El filósofo aquí, en su búsqueda por el
conocimiento, le colocaría en el corazón del miedo de la sociedad, donde él
mismo sería el monstruo que habita nuestras pesadillas. Su monstruosidad residiría
en la utilización del saber, en perjuicio de la comunidad entera, donde encontraríamos
la relación saber-poder más clara que nunca y por ello mismo se le detectaría
como un agente peligroso que habría que controlarse.
La figura del filósofo-científico, resultaría
especialmente propicia para ser representada en los relatos de horror, ya sean
literarios, cinematográficos, o de cualquier otro tipo, pues como podemos
observar, el temor que infunde la utilización del conocimiento científico en la
manipulación de la vida y la muerte, se encuentra inscrito dentro del
imaginario colectivo de diversos tipos de sociedades, ni qué decir de la
nuestra.
Esta caracterización es quizá de las menos
favorables para los filósofos, pues muestran una personalidad fría y
calculadora, que hace uso de la retórica para la obtención de fines que
creeríamos, violan la dignidad humana. Pero para dar una idea más completa sobre la
marginalidad del filósofo, tomemos un polo opuesto como ejemplo.
Cristina, muy buena reflexión en esta primera entrada. Bien documentada, bien planteada, bien tratada. Felicidades. Además, bien formulado el tema y la forma de acercase al mismo.
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