El respiro de la inteligencia: la construcción de un nuevo quehacer
«Vanidad de vanidades, todo
es vanidad»
Eclesiastés 1:2
La escritora Yazmina Reza en su
libro En el trineo de Shopenhauer nos advierte que: “la frivolidad es
una respiración de la inteligencia; es el oxígeno de la mente”. Esta
consideración plantea algo que contradice lo que habíamos señalado en la
reflexión anterior. Se señala entonces que la actitud reflexiva e intelectual del filósofo no lo hace ser una persona frívola, por el contrario, Reza nos
indica que éste necesita serlo. Esta escritora expresa que la frivolidad procede de la adquisición y el disfrute
efímero de las cosas materiales, pero además, que ésta es un remedio para el
afán del intelecto que es controlador e imparable, y por lo tanto, dañino. De modo que esta
idea evidentemente se relaciona con la asunción de que alguien es frívolo
cuando asume problemas o situaciones de forma superficial o infundada.
En su libro, esta escritora nos
describe como Ariel Chipman, profesor de filosofía, tras haberse consagrado por
más de treinta años al saber, cae en una terrible crisis, una terrible
depresión. Es entonces cuando Chipman se pregunta: “por qué truco de magia un
cerebro espera lo que es incapaz de recibir, un cerebro que durante treinta
años, servilmente y como loro, ha consolidado un templo donde nadie delira, ni
llora, ni se pierde, un cerebro blindado digamos contra la debilidad, nos
dejamos embaucar por maestros, hacemos progresos en los laberintos creyendo que
se trata de la felicidad del espíritu, hasta el día en que de repente nada se
sostiene”. De esta manera Reza hace una crítica sobre cómo el filósofo
determina su existencia y el conocimiento de la vida únicamente a través de una actitud reflexiva y de las pautas o explicaciones que ésta propicia. Y es así como
llega la desafiante pregunta: ¿Es la filosofía la única manera de encontrarle
sentido a la vida? (considerando que la filosofía sólo implica una actividad
meramente intelectiva). Chipman nos advierte: “Digan lo que digan, Spinoza no
ayudó demasiado a mi maestro Deleuze cuando éste se tiró por la ventana, ni a
mi maestro Althusser cuando estranguló a su mujer antes de ornarla con un trozo
de cortina roja”. Por tanto, este libro nos permite cuestionarnos sobre lo
peligroso que puede ser llevar la vida sólo desde un punto de vista
intelectual. El peligro de sumergirnos en la soledad, sufrirla y sólo intentar
entenderla y vivirla mediante razonamientos y profundas reflexiones.
No obstante, al leer este libro
sucedió algo que me hizo sentir inconforme. Éste nos plantea algo sobre lo que
ya se ha escrito mucho y se ha comentado hasta el cansancio: no hay ningún
conocimiento ni discurso completo, último y asequible que nos de los elementos
suficientes tanto para entender la realidad como para controlar cada situación
o cada sentimiento. Hemos admitido muchas veces que los filósofos solemos
apartarnos del mundo y de los otros a precio de algo más noble y auténtico: el
saber y la búsqueda de la verdad. Todos nos hemos reído con la famosa anécdota
de Tales cayéndose por estar contemplando las estrellas. Anécdota muy conocida
tanto por los filósofos como los no filósofos. Pero si el chiste que se cuenta
dos veces deja de tener gracia, el que se cuenta mil veces más ya ni sentido
tiene. Sin embargo, me parece conveniente cuestionarnos sobre la frivolidad
como remedio a los males del intelecto considerando lo que se señaló en la
reflexión anterior. Así pues, surgen inevitablemente varias preguntas: ¿no
habíamos reconocido tantas veces lo pernicioso de la frivolidad?, ¿qué tanto
mal puede provocar?, ¿no era desde el principio uno de nuestros peores enemigos
a vencer?, ¿las maneras en que hemos intentado combatirla habrán sido las
correctas?, ¿hasta qué punto sería pertinente ser frívolos? Tal vez se siguen y
se seguirán planteando tantas preguntas por ese afán controlador del intelecto
que nunca cesa, que quiere y siente que siempre puede hallar no sólo algo nuevo
sino lo mejor.
Por otra parte, creo que sabemos muy
bien que hay discursos e ideas que hacen lucir bien; claro, unos mejor que
otros. Quizás por ello nos inclinamos a identificarnos con ciertas
representaciones sobre nosotros. Sabemos que la popularidad y el seguimiento de ciertas ideas o
pensamientos se determina en ocasiones por sus virtudes, pero también por la
fama y el reconocimiento que tienen, y que no siempre está ligado a su
pertinencia o su valor. De alguna forma, los filósofos tratamos de refinar
nuestro gusto intelectual estudiando o siguiendo a autores o ideas que son
aceptadas y enaltecidas en distintos grupos sociales, tanto en el ámbito
filosófico como el no filosófico. También creo que nos es evidente que en
muchas ocasiones ciertos saberes o posturas intelectuales nos brindan o
propician placeres efímeros, y placeres que útilmente nos controlan o controlan
a los demás. Es por todo esto que ahora pienso que el escaparate de zapatos que
describe Reza como respiro de la inteligencia no es tan diferente a un
escaparate de ideas, discursos o razones.
Ahora bien, como se señaló en la
primera reflexión, el curso partió del supuesto de una crisis en la imagen del
filósofo. Puede ser que esta crisis esté a la par de una crisis sobre el
quehacer del filosofo, de su carácter solitario y a este afán del intelecto
imparable, y en ocasiones, frívolo. También es posible que los
males del intelecto surgen del seguimiento de esa actitud seria e implacable.
Pese a que nos guste y nos identifiquemos con la imagen de hombres solitarios y
perseverantes en la búsqueda de conocimiento, es necesario que reconozcamos que
esto nos hace en ocasiones peligrosamente inalcanzables para los demás e
incluso para nosotros mismos, pues como bien detecta Reza, siempre llega el día
en que esto se desmorona, pues el mundo no sólo responde a ideas y razones.
Creo que un proyecto como el que realizamos en el marco del curso de Problemas
de Historia de la Filosofía puede producir nuevas posturas sobre nuestra
actividad, y así suscitar respuestas sobre la crisis de la que partimos.
Asimismo, concluimos que el objetivo del curso se cumplió a pesar de que
hubieron muchos detalles que se pudieron desarrollar de mejor manera, pero aún
así creo que trazó un importante camino que se desvincula de ese carácter
solitario, serio y frívolo que a veces tiene nuestra actividad filosófica.
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